Antes de nacer Jesé

Antes de nacer Jesé

La historia que ahora mismo vive Jesé Rodríguez ya la vivió Sandro, otro canario hace veinte años. Él también tenía un talento único y llegó al primer equipo del Madrid con 20 años, pero…

Hace casi veinte años en el Bernabéu se vivió una historia parecida a la que hoy protagoniza Jesé Rodriguez (Las Palmas, 1993). Él es imposible que se acuerde,  porque acababa de nacer, pero Sandro (Tenerife, 1974) no se olvidará jamás. También venía de Canarias, de esas maravillosas islas en las que al balón se le concede un trato especial. Sandro vino de Las Gallegas, pueblo de pescadores al sur de Tenerife, donde la mayoría de las ambiciones consisten en vivir al día. De repente, se encontró en Madrid, en el paseo de la Castellana o en el césped del Bernabéu, pero ante la grandeza supo recogerse. Tuvo ese mérito. Recordó la lonja del pescado de su pueblo. También escuchó a Valdano, el entrenador que le hizo debutar en el Madrid, hablar con desconfianza del éxito. No se olvidó nunca. “El éxito es un poderoso afrodisíaco, pero un penoso consejero”. Todo eso le hizo madurar, convencerse de que, si a los 20 años tenía dinero para comprarse un piso superior a los 100 metros en una zona noble de Madrid, como la calle Melchor Fernández Almagro, no había nada que reprochar a la vida. Jugase o no jugase en el Madrid. “Entendí que era un privilegiado por el dinero y la fama que alcancé o, simplemente, por poder ganarme la vida con un juego que prolonga tu infancia”.

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Sandro llegó a la recta en la que hoy está Jesé, en el primer equipo del Madrid, a la misma cumbre del Everest. Entonces también se apropió de un sueño que le hizo mejor persona. Su nombre dio título a una generación ‘la quinta de la Galleta’, que era el nombre de su pueblo. Su talento también parecía indomable, como ahora el de Jesé. Su mismo acento. Sus mismas vidas. Jesé llegó a los 14 años al Madrid. Sandro, a los 15. Jesé se alojó en el modernísimo colegio SEK de Villafranca del Castillo. Sandro, sin embargo, lo hizo en la residencia del club en el paseo de Recoletos, que casi pertenece a un tiempo en blanco y negro. Entrenó  en la querida Ciudad Deportiva, que fuese dueña del destino de tantos niños. “Yo lo vi nada más llegar al Madrid: cualidades para llegar teníamos todos, y lo primero que me pregunté es dónde podía estar la diferencia”, recuerda Sandro, que en sus tres primeros meses en la capital fue pasto de las lágrimas. “Me parecía imposible vivir sin mi familia”. Jesé fue más lejos. Se tatuó el nombre de sus padres, Pascual y María, en el dorso de cada mano y el de sus cuatro hermanos en el gemelo derecho. “Yo era un chaval de un pueblo como Las Galletas que entonces no tenía más de tres o cuatro calles”, recuerda Sandro, “y, de repente, me encuentro en Madrid, en otro mundo…, el mero hecho de ir hasta la Ciudad Deportiva…”

Jesé llegó y ya era el muchacho de los 100 goles en su barrio, el de La Feria de Las Palmas, en el distrito de Ciudad Alta, donde se averiguó que tenía un talento especial. Quizá salvaje, digno de película de Coppola y a tono con su biografía de muchacho rebelde que alguna vez quiso imponer su propia ley sin demasiadas razones. Otras veces habló antes de pensar como aquella vez en la que fue capaz de desafiar al propio Mourinho. “No entiendo por qué no me da una oportunidad”. Antes de cumplir los 21 años, ya se señala a sí mismo como titular en el Madrid y hasta puede poner de ejemplo su propia vida. A los 19 años, en el verano de 2012, tuvo su primer hijo, que actúa como una inspiración si es que hace falta alguna inspiración para jugar en el Madrid. Sandro lo sabe. Lo tuvo a tiro en la temporada 94-95, a la misma edad que ahora tiene Jesé. Entonces quizá partió con una gran ventaja. “Valdano fue nombrado entrenador del Madrid y yo sabía que mi fútbol le gustaba mucho. Un año antes, cuando dirigía al Tenerife, había tratado de ficharme”. Pero entonces Sandro, como puede pasar ahora con Jesé, parecía un anillo de boda para el Madrid, un magnífico heredero para Martín Vázquez y quién sabe si para Laudrup que, a una edad considerable, a los 30 años, acababa de llegar al Bernabéu.

El caso es que su sueño tuvo toda la causa del mundo y Sandro conserva limpia la memoria. “Jugué al lado de mi ídolo que era Redondo. Viví una época maravillosa. Debuté en Champions en el Amsterdam Arena frente a un Ajax que entonces era el mejor equipo del mundo con Kulivert, Overmars, Kanu, Finidi… Tuve derecho a pensar en lo más grande para mí. Supe llegar hasta ahí. Supe intentarlo y hasta supe comportarme y, por supuesto, me hace feliz recordarlo”.

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